
Conocí un planeta encantador adornado por riachuelos dispersos, poco profundos. Las aves hacían ruidos amorosos al atardecer y sólo los martes en amplios prados salpicados de flores amarillas. Aquel era un sitio infinito y a veces ingrávido.
Conocí su amplitud y ande mil veces siguiendo a su divinidad, madre y diosa de aquellas tierras, amplia y magnífica, dueña de su naturaleza, de lo salvaje.
Tantas cosas imposibles de olvidar, tantos sueños de retorno, de estar en su órbita a pesar de viajar en dirección opuesta.
Conservo sus coordenadas a mano y guardo en la memoria, pétalos con aroma a lejanía capaces de repetir día a día, que soy un alienígena, que siempre lo fuí.
@Alex P. Santana
1 comentario:
que hermoso lugar ese!
Publicar un comentario